Los cetáceos en la literatura clásica

La primera representación artística de delfines o ballenas data del período minoico, en torno a 1500 años a.c. con los famosos frescos de delfines del palacio de Knosos en Creta.

En ellos se representa a los delfines de forma más realista y precisa que muchas representaciones posteriores. Estos delfines aparecen en azul y amarillo y podrían estar inspirados en el delfín común (Delphinus delphis) y su reloj de arena.

Estas pinturas se han interpretado como una representación de la armonía de la civilización monoica con la naturaleza y el mar. Aunque se ha contrapuesto esta postura “naturalista” de los cretenses con la pasión egipcia por el más allá, el fresco era meramente decorativo y formaba parte de los baños, donde se ha sugerido que los delfines observaban.knossos-creta-grecia

Ya en un período clásico, la interpretación de los delfines por parte de los griegos fue bastante positiva, mientras que la de las ballenas fue más oscura.

Así, en la mitología griega se menciona que fue un delfín llamado Delfino el que localizó a la nereida Anfitrite que había huido de Poseidón. Cuando ambos consumaron su matrimonio, Poseidón dio a Delfino un lugar en las estrellas como la constelación del delfín.

En una ocasión, navegando hacia Naxos, Dionisio (dios del vino y la sensualidad) descubrió que la tripulación de su barco deseaba traicionarlo y venderlo como esclavo. Reaccionó transformando los remos en serpientes y haciendo surgir vides en su espalda. Los marineros brincaron por la borda aterrorizados y Poseidón, apiadándose de ellos, los transformó en delfines. Estos, agradecidos, accedieron a tirar de su carro y seguir sus órdenes.

Las ballenas, por el contrario, aparecen de una forma un tanto monstruosa. Quizá intimidaban por su tremendo tamaño.

El ejemplo más poderoso es Ceto, monstruo femenino hija de Gea y Ponto. Era, pues, hermana de Nereo y representaba con él la dualidad del mar: Nereo era la versión amable y Ceto la tempestuosa.

Crátera que representa la aventura de Dionissos
Crátera que representa la aventura de Dionissos

Ceto se uniría con su otro hermano, Forcis, dando a luz a Equidna (madre de los monstruos), las Gorgonas, las sirenas o el dragón Ladón entre otros muchos.

Se la representaba como un pez en forma de serpiente y se la relacionaba con los monstruos que se pretende que atacaron Troya y Etiopía por orden de Poseidón, incluyendo el monstruo del que Perseo salvó a Andrómeda. Tras esto, Poseidón situó a Ceto en el cielo como la constelación de la ballena.

Durante su décimo trabajo, Heracles (Hércules) viajó a occidente para arrebatar sus rebaños a Gerión. Después de derrotar al gigante de tres cuerpos, se ha afirmado que Heracles hizo más angosto el estrecho de Gibraltar para evitar la entrada de monstruos marinos como las ballenas.

Fuera de los mitos, la presencia de los delfines en la literatura grecorromana (sin llegar a ser un tema central) es un tema importante.

En las fábulas de Esopo los delfines aparecen en cuatro ocasiones:

  • En la fábula 45 “El león y el delfín”, un león ofrece a un delfín una alianza porqué “tú eres el rey de los animales del mar y yo de los terrestres”. Pero al entablarse el león una batalla contra un loro, el delfín no puede salir del agua para ayudarle. La moraleja es “Cuando busques alianzas, fíjate que tus aliados estén capacitados para unirse a ti en lo pactado”.
  • La fábula 149 “El atún y el delfín”: un delfín persigue a un atún hasta capturarlo, este saltó fuera del agua hasta la tierra arrastrando al delfín. El atún se volvió para ver al delfín exhalar su último aliento y dijo “No me importa morir, porque veo morir conmigo al causante de mi muerte”. La moraleja: “Sufrimos menos dolor las desgracias que nos hacen padecer cuando las vemos compartidas con quienes nos la causan”.
  • Fábula 155 “Los delfines, la ballena y la caballa” decía que delfines y ballenas libraban una batalla y una caballa (pez pequeño) quiso mediar entre ambos, que contestaron que los humillaba más tener a la caballa como mediadora que enfrentarse. La moraleja: “Hay personas sin valor alguno que en épocas de confusión se llegan a creer grandiosos”.
  • Fábula 337 “El mono y el delfín” relataba que un marinero se había llevado un mono para divertirlo en un viaje y cuando estaban cerca de Grecia, una tempestad los hizo zozobrar. Un delfín vio al mono y lo socorrió creyendo que era humano (a quien el delfín siempre ofrecía amistad). Mientras lo llevaba a tierra le preguntó si era ateniense y el mono contestó que sí y que era hijo de una de las familias más nobles de Atenas. El delfín entonces preguntó si él conocía el Pireo (célebre puerto de Atenas) y el mono, pensando que le preguntaba por un hombre, le contestó que eran amigos íntimos. Indignado al descubrir la falsedad, el delfín abandonó al mono y este murió ahogado. La moraleja: “las mentiras de un fanfarrón terminan por hundirlo”.

Posteriormente nos encontramos con la historia del delfín de Iassos. Junto a la playa de Iassos había un gimnasio donde los jóvenes corrían y practicaban la lucha toda la tarde, para ir asearse tras el entrenamiento en el mar.

Fue así como un delfín se enamoró del niño más hermoso y encantador de una época. La primera vez que se acercó a la orilla chapoteando, el niño huyó asustado pero pronto se quedaron solos y el delfín fue amable enseñando al niño el significado del amor.

Así, el niño y el delfín se hicieron inseparables, jugaban y nadaban juntos, se perseguían, en ocasiones el niño trepaba al lomo del delfín para montarlo como un caballo y el delfín se llevaba a su amor al mar abierto tan lejos como deseaba.

Moneda acuñada en honor al Delfín de Iassos
Moneda acuñada en honor al Delfín de Iassos

Las gentes del lugar estaban orgullosas y los visitantes asombrados. Hombres, mujeres e incluso los animales estaban admirados con el niño, que era el más hermoso que había existido.

Hasta que un día el niño fue demasiado rudo en su juego y, agotado, se dejó caer sobre el lomo del delfín clavándose la aleta dorsal de este en el ombligo, cosa que hizo estallar todas sus venas derramando su sangre, cosa que lo mató.

El delfín notó pesado a su amor, hasta que vio la sangre salir de su cuerpo y comprendió que había muerto.

Destrozado, lo llevó de vuelta a Iassos donde quedaron ambos varados, el niño muerto y el delfín moribundo.

En Iassos les honraron con una tumba y acuñaron su imagen en las monedas de plata y bronce.

Esta historia se consideraba una exaltación del amor.

En época romana el enciclopedista Plinio el Viejo nos relata una historia similar en la que un muchacho bajaba por la noche al lago Lucrino donde atraía con pan a un delfín al que llamaba «Simo» y del que se hizo tan amigo que lo llevaba en su lomo a la isla de Puteoli donde acudía a la escuela. Cuando el chico enfermó y murió, el delfín mostró tremendo dolor y fue hallado muerto en la orilla.

Una versión menos amable de esta historia fue narrada por Plinio el Joven (sobrino del anterior) en que un delfín, también llamado Simo, salvó de morir ahogado a un niño que vivía cerca de Hippo. Después de ello, ambos se hicieron grandes amigos y el delfín dejaba que el niño se le subiera al lomo. La gente del pueblo comenzó a maravillarse e ir a verlo y los comerciantes comprendieron que podían hacer negocio con la gente que venía.

Conforme la fama del niño y el delfín crecía, fue llegando más gente desde más lejos y el pueblo se fue viendo saturado de visitantes escaseando el agua, aseos o sitio. Para poner fin a esa crisis, las autoridades locales tomaron una decisión: mataron al delfín.

Un siglo después, es Claudio Eliano quien relata la historia de otro delfín que fue criado por una pareja de ancianos en la ciudad griega de Poroselene junto a su propio hijo. Por lo visto, entre el niño y el delfín también llegó una fuerte relación de amistad y, cuando el delfín fue mayor y aprendió a capturar a sus propias presas, entregaba algunas a su propia familia dándoles una nueva fuente de ingresos. Los padres del muchacho respondieron dando al delfín un nombre y buena comida.

Según Eliano, el delfín confraternizaba con las gentes de la ciudad y atraía a los visitantes, lo cual suponía para el pueblo una fuente de ingresos.

Todas estas historias nos muestran la imagen que tenían los delfines en la antigüedad clásica. Los griegos y romanos consideraban a los delfines criaturas poderosas, “reyes de los mares”, pero no hostiles. Al contrario: suelen ofrecer su amistad a los humanos, son amigables y apacibles e incluso pueden participar de sentimientos humanos. También se los consideraba seres honrados.

La relación de las gentes de los tiempos clásicos con los delfines debió de ser muy buena y no debió de ser raro el encuentro entre ambos en la costa. Dado que los griegos eran un pueblo navegante no es extraño que se encontraran con los delfines de forma normal.

Las ballenas, por el contrario, eran vistas como seres monstruosos y aterradores, una muestra más del poder incontrolable del mar. Muy probablemente su tamaño imponente, junto a su menor presencia en el Mediterráneo, les enagenaba las simpatía de los griegos.

Sería Aristóteles el que se referiría a los “cetáceos” acuñando el término en referencia a la diosa-monstruo Ceto y dando constancia de su condición de mamíferos en su Historia de los Animales.

«El delfín, la ballena y todos los cetáceos –es decir, aquellos que poseen pulmones en lugar de branquias- son vivíparos… Todos los animales vivíparos tienen mamas; por el ejemplo, como el hombre, el caballo y los cetáceos».

Aristóteles también relata el caso de una manada de delfines que salvó a un pescador de morir ahogado.

En el siglo I, Plinio el Viejo describía a los delfines así:

«20. El delfín es el más veloz de todos los animales, no sólo de los marinos; es más rápido que un pájaro, más agudo que un dardo y, si no tuviese la boca mucho más abajo que el hocico, casi en la mitad del vientre, ningún pez escaparía a su rapidez. Pero la naturaleza, previsora, los hace retardarse, porque a no ser boca arriba, en posición invertida, no capturan nada; esto da indicios de su velocidad. Cuando, empujados por el hambre, persiguen un pez que huye hacia las profundidades y retienen mucho tiempo la respiración, surgen de repente en busca de aire como una flecha impulsada por un arco y saltan con tanta fuerza que muchas veces sobrepasan en altura las velas de los barcos. 21. Generalmente van en parejas; paren cachorros al décimo mes, en verano, a veces incluso dos. Los alimentan a sus pechos, como las ballenas, e incluso transportan a las crías recién nacidas y aún débiles; es más, las acompañan largo tiempo  cuando son ya adultas, mostrando gran afecto por su descendencia. 22. Crecen rápidamente; se cree que hacia los diez años han alcanzado su desarrollo completo. Viven hasta los treinta años; se sabe gracias al experimento de marcarles la cola con un corte. Desaparecen durante treinta días en torno a la salida del Perro y se ocultan por un procedimiento desconocido; es una cosa asombrosa, porque en el agua no pueden respirar. Suelen embarracar en la costa por razones inciertas, pero no mueren inmediatamente al tocar la tierra; la muerte es más rápida si tienen el conducto respiratorio cerrado. 23. Tienen la lengua móvil, a diferencia de otros animales acuáticos, corta y ancha, no diferente de la de un cerdo. El gemido es semejante a la voz humana, el lomo arqueado, el hocico chato. Por esa razón todos los delfines comprenden el nombre de «Simón» y prefieren que les llamen así. 24. El delfín no es sólo un animal amigo del hombre, sino que además se amansa con la música, con el canto armónico y sobre todo con el sonido del órgano hidráulico. No se asusta del hombre como de un extraño, sino que sale al encuentro de las naves, juega dando saltos, incluso compite con ellas en velocidad y las deja atrás aunque vayan a toda vela»

En torno al año 200 d.c. es Claudio Eliano el que se refiere a los delfines como animales amantes de su prole, muy familiares, que tienen mamas y no abandonan a sus caídos sino que los llevan a la costa.

Según Eliano, los hombres amantes de la música enterraban a los delfines en reconocimiento por la pasión compartida por la música, de la cual lo romanos parecen haber sido conscientes. Eliano afirmaba que los hombres desentendidos de la música también se desentendían de los delfines.

Pese a ello, Eliano consideraba a los delfines “el más rápido y saltarín de los peces, incluso más que los animales terrestres”.

También hace referencia a “los grandes cetáceos”, entre los que incluye ballenas, leones marinos o peces martillo, a los que atribuye no acercarse mucho a las playas y preferir costas rocosas. También menciona en este apartado a la orca, a la que define como “bestia temible porqué agita las olas”. También menciona que las ballenas salen a la superficie a calentarse al sol.

Así, la visión de los delfines en la intelectualidad clásica era relativamente cercana a la realidad y los veía con una luz bastante positiva, como una especie de amigos con los que uno podría entenderse.

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